sábado, 24 de enero de 2015

Foto de portada

Estimado San Francisco de Sales,  patrón de los periodistas: de nuevo, 24 de enero. Un año más vuelvo  a celebrar tu onomástica desde la cuneta y, como muchos, sigo esperando que te acuerdes de mi  persona. Pero este año va a ser diferente, no me voy a poner en plan borde, agresiva, ni defensiva, ni tampoco pediré tu cese en favor de ‘doña Tecla’; dicen que se gana más lamiendo que mordiendo, así que… ¿Por qué no probar?

Casi dos años después me he dado cuenta  de mi cometido en Londres. Soy consciente de los beneficios que me aporta el exilio,  y también de mi crecimiento como persona. Soy más sabia, madura e independiente y  también estoy más ‘resabiá’ (aunque eso no sé si es bueno o malo)

Por todo ello quiero aprovechar tu onomástica para decirte que doblando camisetas y haciendo ‘go backs’ estoy más contenta de lo que nunca pude llegar a imaginar. Al contrario de lo que pueda parecer la alegría no está directamente ligada con el oficio -que lo único bueno que tiene es que me permite estar en contacto con la gente cual reportera callejera- La felicidad viene de la mano de quienes comparten ‘shop floor’ conmigo.

Después de esta descripción no vayas a pensar que es oro todo lo que reluce, no te me despistes, me muero de ganas de volver. Si el día de mañana  me encuentras algo ‘de lo mío’ en cualquier lugar del mundo, hago las maletas, me dejo aquí un trocito de corazón y me llevo puesta la mejor y más amplia de mis sonrisas, esa que solo tú eres capaz de provocar.


Sin más, me despido paciente hasta el año que viene, hasta el próximo 24 de enero en el que volverás a tomar la foto de portada, nunca el titular, ese siempre será de otro más importante  que se fue hace mucho tiempo D.E.P.

lunes, 12 de enero de 2015

Varea 3.3

Hacía tiempo que no miraba frente a frente al netbook para postear una entrada en mi blog, más de medio año, casi siete largos meses de desaparición provocada por el hastío que el exilio londinense me hacía sentir.

Ahora todo ha cambiado.  Mi vuelta nada tiene que ver con la llegada del nuevo año –ni con la multitud de propósitos que la ciudadanía suele hacerse para mejorar-, no es una nueva aparición, es un regreso y llego con mi versión mejorada: Varea 3.3.  (Los 33 parece que llegan con fuerza).

Comparto lugar de trabajo y amistad con gente muy joven. Soy consciente de que la sabiduría vital no se mide en años naturales, lo hace en años vividos, y yo, en los últimos meses he ‘envejecido’ mucho, rápido y bien.  En este corto periodo de tiempo me he empapado de muchas cosas; algunas llevaban ahí tiempo, quizá yo no sabía verlas, igual no estaba preparada para ello. Ahora sé mucho más. No hablo de la profesión (que es como montar en bici y una vez la aprendes jamás la olvidas) hablo de la vida, de las situaciones cotidianas, de cómo afrontarlas y a quién darle voz y voto a la hora de interpretarlas.
Gran parte de las  enseñanzas que menciono provienen de gente muy joven, otras son reflexiones alcanzadas con algunos colegas de trabajo que a su vez son hermanos de rama profesional.

Hace no mucho compartí break time con una compañera de la tienda. Ella, publicista, se mostraba extrañada porque de un tiempo a esta parte se había alejado al cien por cien de todo aquello que hasta ahora había sido el motor de su vida. Había dejado a un lado el mundo de la  publicidad, ese en el que se venden sueños e ilusión, para vender ropa y doblar camisetas en una tienda de Oxford Street. Esos dos minutos de conversación fueron como un jarro de agua fría, un golpe de efecto que me posicionó de nuevo en mi camino y que, tras casi un par de años en paro, hicieron que me diese cuenta de hasta qué punto  había abandonado cualquier vinculación periodística -por pequeña que esta fuera-.

En ese ratito quedó claro que el mundo de la comunicación es como una droga y las dos la echábamos de menos, necesitábamos volver a engancharnos al rebufo de ese motor del que por ‘causas ajenas a la organización’ habíamos sido separadas. Por eso, he decidido volver. Regreso  a lo que me acerca del mundo que me da la vida, ese en el que se cuentan historias, uno en el que no importa si las hazañas son propias o extrañas, y en el que lo que prima es la libertad del expresión. Vuelvo porque me apetece, porque necesito sentir esa adrenalina previa a darle al botón de enviar, porque quiero revivir las emociones que se albergan al buscar la manera correcta de narrar un tema que te ronda la mente, y porque estoy preparada  y motivada para hacerlo.


Os espero por aquí.

viernes, 14 de junio de 2013

Once in a blue moon

La expresión ‘Once in a blue moon’, o lo que en el Castellano de andar por casa viene siendo ‘De uvas a peras’, es lo que el otro día me puso en el punto de mira de toda mi clase de inglés.

De repente la profesora, a la que yo llamo doña Jane, mandó callar a los pequeños grupos que, arengados por ella misma, habían iniciado sus conversaciones para coger soltura con la lengua Shakesperiana.  Segundos después de calmar al gallinero, la teacher explicó que María había dicho una frase muy interesante y todos debían conocerla. “María por favor explica al grupo de qué se trata” , dijo.

Tras poner mi mejor cara de póker, y con sonrisa de circusntancias incluida...  allí estaba yo, soportando las miradas atentas de mis compañeras. Francesas, polacas, turcas, checas y alguna que otra española esperaban ansiosas para conocer qué es lo que había hecho que la profesora rompiese el ritmo natural de la jornada. Una clase entera estaba expectante por aprender algo, y tenía que hacerlo a través de mi paupérrimo inglés, qué responsabilidad.

Como pude les expliqué el ‘idiom’ y contesté a sus preguntas sobre la bendita frase. “Very good María”, concluyó doña Jane, poco antes de que a mi me entraran los sudores fríos propios de quien tiene que hablar en público y carece de la más mínima idea a la hora de hacerlo.

Sí, sí, y es que a pesar de que algunas de mi colegas afirmen envidiar mi soltura a la hora de preguntar, yo soy consciente de que, un mes y medio después de mi aterrizaje en Londres, sigo hablando como los indios.

“No sé hacer frases”, “Sólo soy capaz de decir palabras sueltas”, espeto a quienes elogian mi capacidad de defenderme en lengua ajena y me cuentan sus batallitas en sitios como el taller, el colegio, o el supermercado. En este último me defiendo como pez en el agua desde el primer día. Ese fue el momento en el que aprendí que la señorita o el señorito de la caja se dirigiría a mí con una sonrisa, me daría los buenos días, después preguntaría si quiero bolsa y se despedirá deseándome un “nice day”. Mientras no cambien el discurso… supermercado controlado.

Pero hay vida más allá del pijo Waitrose y ahí es donde llegan los problemas más graves, en concreto a partir de lo que podríamos denominar como segundo asalto. El primero lo llevo preparado antes de acercarme al mostrador. Lo he pensado antes de decidirme a ir, sé lo que voy a decir y lo digo, pero hay un ‘problema’: mi interlocutor tiene la bendita costumbre de contestarme. Pobre, bastante ha hecho con entenderme… Tanto para ello, como para que yo le entienda a él es esencial la comunicación no verbal, esa que se pierde cuando hablamos con alguien a través de nuestros inteligentísimos dispositivos móviles, pero que nos es tan necesaria y socorrida en el día a día.

Por ello considero es fundamental que hablemos cara a cara con la gente con más frecuencia que en ‘cada luna azul’.