La expresión
‘Once in a blue moon’, o lo que en el Castellano de andar por casa viene siendo
‘De uvas a peras’, es lo que el otro día me puso en el punto de mira de toda mi
clase de inglés.
De repente la profesora, a la que yo llamo doña Jane, mandó callar a los pequeños grupos que, arengados por ella
misma, habían iniciado sus conversaciones para coger soltura con la lengua
Shakesperiana. Segundos después de
calmar al gallinero, la teacher explicó que María había dicho una frase muy
interesante y todos debían conocerla. “María por favor explica al grupo de qué
se trata” , dijo.
Tras poner
mi mejor cara de póker, y con sonrisa de circusntancias incluida... allí estaba
yo, soportando las miradas atentas de mis compañeras. Francesas, polacas,
turcas, checas y alguna que otra española esperaban ansiosas para conocer qué es lo que había hecho que la
profesora rompiese el ritmo natural de la jornada. Una clase entera estaba
expectante por aprender algo, y tenía que hacerlo a través de mi paupérrimo inglés,
qué responsabilidad.
Como pude
les expliqué el ‘idiom’ y contesté a sus preguntas sobre la bendita frase. “Very
good María”, concluyó doña Jane, poco antes de que a mi me entraran los sudores
fríos propios de quien tiene que hablar en público y carece de la más mínima
idea a la hora de hacerlo.
Sí, sí, y es
que a pesar de que algunas de mi colegas afirmen envidiar mi soltura a la hora de preguntar, yo
soy consciente de que, un mes y medio después de mi aterrizaje en Londres, sigo
hablando como los indios.
“No sé hacer
frases”, “Sólo soy capaz de decir palabras sueltas”, espeto a quienes elogian
mi capacidad de defenderme en lengua ajena y me cuentan sus batallitas en sitios
como el taller, el colegio, o el supermercado. En este
último me defiendo como pez en el agua desde el primer día. Ese fue el momento
en el que aprendí que la señorita o el señorito de la caja se dirigiría a mí con una sonrisa, me daría los buenos días, después preguntaría si quiero bolsa
y se despedirá deseándome un “nice day”. Mientras no cambien el discurso… supermercado
controlado.
Pero hay
vida más allá del pijo Waitrose y ahí es donde llegan los problemas más graves,
en concreto a partir de lo que podríamos denominar como segundo asalto. El
primero lo llevo preparado antes de acercarme al mostrador. Lo he pensado antes
de decidirme a ir, sé lo que voy a decir y lo digo, pero hay un ‘problema’: mi interlocutor tiene la bendita costumbre de contestarme. Pobre, bastante ha
hecho con entenderme… Tanto para ello, como para que yo le entienda a él es
esencial la comunicación no verbal, esa que se pierde cuando hablamos con
alguien a través de nuestros inteligentísimos dispositivos móviles, pero que
nos es tan necesaria y socorrida en el día a día.
Por ello
considero es fundamental que hablemos cara a cara con la gente con más frecuencia
que en ‘cada luna azul’.